SUDÁN: LA REVOLUCIÓN TRAICIONADA
Por Pablo Ramos
Hablar de Sudán ahora mismo sería un insulto a las miles de personas que han muerto durante estos años en la Guerra de Independencia de Sudán del Sur. El país al que nos referimos es Sudán del Norte, pese a que el nombre oficial del mismo siga siendo República de Sudán, ya que el conflicto ha finalizado solo formalmente y entre ambos Estados media algo más que oscuras tensiones tribales o religiosas: median ricas bolsas de petróleo. Como Argelia, de la que ya hablé en mi anterior artículo Argelia: El Estado al desnudo, Sudán es un petroestado. Esto es lo que explica que, después de Obiang, en Guinea Ecuatorial, Biya, en Camerún, y Museveni, en Uganda, Omar al Bashir haya sido el mandatario mundial que más tiempo se ha perpetuado en el poder. El gerontócrata genocida (tiene 75 años) se ha mantenido en el poder desde que llegó a él por medio de un golpe de Estado gracias a la riqueza petrolífera de su país. La lucha contra el Movimiento de Liberación Popular de Sudán terminó, en 2011, con un referéndum de independencia donde la opción secesionista ganó aplastantemente con un 99% del voto, lo cual unido a la orden de arresto internacional de Omar al Bashir, que restringía sus competencias diplomáticas, vino a hacer que la dictadura se desplomase ¿por qué? Pues porque el Estado había perdido parte de sus territorios más ricos en petróleo, lo cual generó una crisis económica que, unida al patente fracaso de las políticas del dictador, que se había propuesto por encima de todo mantener unidos Sudán del Norte y del Sur, dieron al traste con toda su legitimidad, si es que aún le quedaba algo de eso. ¿Resultado? Omar cayó como ascendió: con un golpe de Estado.
En esas estamos ahora. Un movimiento pacífico, similar al argelino, se reunió en torno a la residencia del dictador hasta que este fue derrocado. Como pueden imaginar este movimiento cubrió de esperanzas a la nación kushita, un Estado sobre el que años atrás se había intentado instalar la Ley de la Sharía, y que ahora hablaba alto y claro de feminismo y de liberación de la mujer con el fenómeno de las kandakas, mujeres sudanesas cargadas de dignidad y orgullo. Las reivindicaciones, como se puede observar, más allá del imperativo de la geografía, tenían muchas cosas en común; tanto es así que la Hirak Argelina y la Revolución Sudanesa estuvieron en sintonía mientras esta última estuvo viva, que fue hasta hace no demasiado. En Argelia, en la Grand Poste, no era difícil encontrar banderas sudanesas junto a las argelinas y las amazigh, lo cual nos da un ejemplo vivo de que, no, el internacionalismo de los oprimidos no ha muerto. En todo caso las reivindicaciones democráticas se toparon de frente con otro bloque: los militares. Como en Argelia, el Estado -el de los opresores, el de los dominantes- volvía a sus formas más primigenias, a saber: el fusil.
Un Consejo Militar de Transición se erigió temporalmente en el Gobierno, y se postuló a sí mismo como el instrumento adecuado para realizar elecciones. Pero los sudaneses lo vieron claro: los militares que hasta ayer por la tarde -literalmente- obedecían al loco dictador que había perpetrado un genocidio en Darfur no iban a convertirse horas después en adalides de la democracia. Las elecciones debían realizarse sí y solo sí el régimen caía en bloque. Esto es fácil de relacionar con el Yatnahaw ga3 de los argelinos ¿no creen? El Estado de los dominadores no puede utilizarse para traer la democracia a ningún país, debe ser destruido y sustituido por uno verdaderamente representativo de la mayoría. Las diferentes asociaciones que lideraban el proceso, Asociación de Profesionales del Sudán (APS) y Alianza por la Libertad y el Cambio (ALC), llamaron a la desobediencia civil pacífica como lo habían hecho hasta entonces para que el CMT cayera como había hecho el gerontócrata. Las protestas continuaron, los manifestantes tomaban las calles y acampaban Jartum mientras las asociaciones que les representaban intentaban negociar con los militares. Sin embargo, la Huelga General rompió la negociación. Un destacamento de la Janjaweed -Fuerzas de Apoyo Rápido-, es decir, los mercenarios que habían perpetrado el genocidio en Darfur, masacraron a los manifestantes dejando un regueros de cuerpos, dentro y fuera del Nilo. La situación se tensó: el ambiente festivo desapareció por completo, dando paso a calles asediadas por unos pocos valientes manifestantes que hacían barricadas con neumáticos ardientes, así como por la amenaza, psicológica y real, de un francotirador en cada esquina. La conexión a Internet, esa gran enemiga de las dictaduras actuales, fue cortada, de manera que el campo difícil de manejar de las redes sociales quedó cerrado para los testigos.
¿Qué hacer en esa situación? Sudán es el campo en el que Qatar, Arabia Saudita, y otras potencias locales y mundiales, pretenden abonar el árbol tentaculoso del imperialismo. Es difícil escapar de sus rejos, más aún cuando se está tan lejos del foco de atención mundial como en el África Subsahariana. La ONU, eso sí, se escandalizó. El socialista Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, declaró estar “alarmado” ante el hecho de que las fuerzas de seguridad tirotearan los hospitales. Pero hasta ahí ¿qué le vamos a hacer? En fin, que finalmente la oposición democrática se ha avenido a negociar, y otro tanto con los militares, que sabrán bien que no hay mejor dictadura que aquella que se enmascara tras unos partidos “democráticos” -de esto saben mucho los argelinos- de manera que... ¿Traición o realismo? Aquí está el núcleo del problema. Para algunos esta negociación con el diablo es, sin duda, una traición en toda regla. Los demócratas se han avenido a hablar con los genocidas, quelle horreur! Pero tal vez a nosotros, revolucionarios del Primer Mundo, nos valga la pena ponernos de vez en cuando en la piel de aquellos que, abandonados por las generosas “naciones civilizadas” que les compran gustosamente el crudo, no ven otra salida que negociar o lanzarse pedradas con unos genocidas profesionales. Por otro lado, nada les exculpa, a no ser que nos refiramos a la inflexibilidad a la hora de las negociaciones. Sí, eso les exculpa. La pregunta es hasta qué punto es real esa fachada dura e inconmovible de quienes se encuentran aislados frente a las fuerzas del Estado ¿habría sido mejor resistir?
En fin: tampoco podemos pedir más de las asociaciones de las que estamos hablando. La promesa de una democracia a la occidental es más que jugosa en una dictadura militar, pero ¿cuánto tiempo? Porque, claro, el hambre no se soluciona votando, y visto lo visto la dictadura y la democracia a la occidental son perfectamente compatibles. Si el régimen no cae los mismos militares que dispararon contra los civiles desarmados serán los que tendrán que protegerles. Protegerles y hacer imperar el orden, por supuesto. La pregunta es ¿qué orden? He ahí la cuestión: el orden de un petrolífero Estado capitalista.
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