ECOSOCIALISMO O BARBARIE
Michäel Löwy ha dado en el clavo: lo que está destruyendo el planeta no es la humanidad, es el capitalismo. La humanidad lleva poblando este planeta, digamos, unos dos millones de años, mientras que la destrucción global del mismo no ha llegado sino hace unos dos siglos. Es decir, la destrucción del medio en el que nos movemos llega justo al tiempo al que se manifiesta el capitalismo maduro, esa fase en la que Marx ubicaba los efectos negativos de unas fuerzas productivas desarrolladas sobremanera. Y es que ese es el peor defecto del capitalismo, que es aterradoramente eficaz: capaz de dar de comer a toda la humanidad con solo unas décadas de desarrollo, pero incapaz de entregar esa comida por las propias leyes del mercado. El capitalismo se ha desarrollado tanto que ha dado al traste con el mundo entero, aquí vamos a desarrollar esta idea, y cómo superarla.
Por Pablo Ramos
Michäel Löwy ha dado en el clavo: lo que está destruyendo el planeta no es la humanidad, es el capitalismo. La humanidad lleva poblando este planeta, digamos, unos dos millones de años, mientras que la destrucción global del mismo no ha llegado sino hace unos dos siglos. Es decir, la destrucción del medio en el que nos movemos llega justo al tiempo al que se manifiesta el capitalismo maduro, esa fase en la que Marx ubicaba los efectos negativos de unas fuerzas productivas desarrolladas sobremanera. Y es que ese es el peor defecto del capitalismo, que es aterradoramente eficaz: capaz de dar de comer a toda la humanidad con solo unas décadas de desarrollo, pero incapaz de entregar esa comida por las propias leyes del mercado. El capitalismo se ha desarrollado tanto que ha dado al traste con el mundo entero, aquí vamos a desarrollar esta idea, y cómo superarla.
En primer lugar ¿qué diferencia hay entre el capital del burgués y la riqueza del señor feudal? Muy sencillo: su aplicación. El burgués moviliza el capital, utiliza sus recursos para mejorar la producción y conseguir, de esta manera, más capital. El capital es la riqueza susceptible de convertirse en más riqueza. En otra palabras, el capital es una revolución continua, el capitalismo sobrevive con la condición sine qua non de que las fuerzas productivas sean constantemente revolucionadas, con la condición de que el negocio crezca, se expanda, contrate a más y más trabajadores, subcontrate empresas, compre marcas, se haga con todos los recursos, mejore la maquinaria... Crecer, crecer y crecer, sin límites ni contemplaciones. Si el capital deja de crecer deja de ser, por tanto, capital. Es algo que para él es completamente imposible, de manera que si queremos pedirle al capital que deje de crecer ¡agárrese! Porque su forma de dejar de crecer será destruir lo producido para poder volver a crearlo. El capitalismo producirá sin límites, más allá de las necesidades humanas, precisamente porque su meta es la reproducción del capital, no saciar esas necesidades.
Y es aquí donde les presentamos al socialismo, que es... ¿Qué es? Pues no es nada porque no existe, pero será, se intuye, la superación lógica del capitalismo, siempre desde un punto de vista material y no utópico o idealista. En el socialismo las necesidades humanas son lo primero, la producción viene reglada de acuerdo a estas necesidades -entiéndase bien el concepto de “necesidades”, que no se trata de vivir bajo mínimos, sino de permitir el desarrollo personal- y los recursos no se malgastan más allá de lo necesario. No existe por tanto una acumulación irracional de los recursos en pocas manos y, más allá de estas características que lo describen, como diría Samir Amin, como un grado superior de civilización, no hay ningún plan preestablecido, solo algunas recomendaciones que podemos seguir en los clásicos del marxismo. Para bien y para mal.
¿Y qué hacemos con esto y el ecologismo? Pues aquí se acaba el problema medioambiental: nuestras necesidades globales no son tan grandes como la avidez de recursos del capital. Esta lucha de carácter social va, por tanto, indeleblemente unida a la lucha medioambiental. Conocer nuestros recursos, valorarlos, utilizarlos responsablemente y racionalizarlos en torno a nuestras necesidades. Bien, un paso más: ¿cuáles son nuestras necesidades? Ya lo hemos adelantado, aquellos que permitan el desarrollo personal, que como sabremos son diferentes en cada caso. Pero estos recursos no lloverán del cielo, es necesario trabajar para conseguirlos. Sin embargo, como ya hemos comentado, producimos demasiado con nuestro portentoso desarrollo tecnológico ¡tanto, que somos capaces de hundir el propio mercado con nuestra producción! Entre las funciones de producción que nos interesan haremos especial hincapié en la fuerza de trabajo, esto es, la función de producción viva.
El tiempo de trabajo socialmente necesario para producir las mercancías que necesitamos se alarga -o se acorta e intensifica- en el capitalismo para que el capitalista pueda extraer su plusvalía, base de la explotación de los obreros. Sin embargo, en el socialismo, donde la clase de los explotadores ha desaparecido -como clase, subrayamos-, no es necesaria la producción de plusvalía para nadie. Los productores trabajan para conseguir su sustento, la fuerza de trabajo no es comprada por el capital de manera que, fuera la lógica del mercado capitalista, todos los productores participan en el proceso, y derivado de estas dos premisas solo puede ser el hecho de que el tiempo de trabajo se reduce de forma drástica. En vez de ocho horas diarias -que en realidad son doce- se pasa a seis o cinco horas al día, pero es que además el trabajo es compartido, de manera que pueden ser perfectamente dos horas y media al día. Resta y sigue.
¿Y qué hacer con todo ese tiempo libre? Romper con la especialización impuesta por el mercado capitalista, convertir el trabajo en algo realmente vocacional. Los productores en el socialismo tienen tiempo libre para aprender cómo ocupar todos los puestos, todos los escalafones de su empresa. El albañil no solo coloca bloques, sino que también cierra los negocios e investiga nuevas formas de construcción, más sostenibles. En el capitalismo determinadas técnicas y materiales no se pondrán nunca en práctica porque el gran capital no está interesado en ellas. Son demasiado eficaces, solo acelerarían la próxima crisis sistémica. Pero en el socialismo, sin esas preocupaciones, el ser humano aprenderá a convivir en equilibrio con la naturaleza sin preocuparse en absoluto por las crisis cíclicas del capitalismo.
Avanzamos imparablemente hacia el abismo. Cuando el capitalismo se encuentra en crisis adopta la planificación económica, pidiendo a las clases populares grandes sacrificios, socializando las pérdidas y privatizando los beneficios. Copia los medios del socialismo en su propio provecho, desvirtuándolos, utilizándolos contra la clase trabajadora, pero solo el impulso revolucionario de estos últimos, que piden ya una genuina democracia, más allá de las corruptelas del gran capital y la presión de los lobbies burgueses, podrá hacer saltar por los aires los cimientos de la sociedad anterior. De lo contrario, el capitalismo nos arrastra hacia el fin, no solo de sí mismo como sistema, sino de la humanidad en su conjunto. Las fuerzas productivas, sobredimensionadas por la revolución continua del capital, han superado ya su efecto positivo y han alcanzado por tanto su etapa destructiva. Ahora sí, podemos decirlo sin temor a equivocarnos, socialismo o barbarie, democracia o barbarie...
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